Los casos de suicidio suelen dejar a los allegados afligidos con más preguntas que respuestas. Muchos incluso no llegan a entender nunca por qué se dio un paso tan drástico. Los factores de riesgo de suicidio tradicionalmente considerados por los suscriptores de riesgos de vida están influidos en gran medida por evaluaciones clínicas rutinarias que a menudo se llevan a cabo en situaciones agudas tras un episodio de violencia autoinfligida.
Los factores clínicos a la hora de valorar el riesgo de suicidio son:
- Diagnóstico de comorbilidad mental
- Uso de un método violento en lugar de uno pasivo (p. ej. ahorcamiento vs. envenenamiento)
- Ser hombre
- Circunstancias sociales adversas
- Historial de intentos previos
La presencia de estas variables es determinante a la hora de identificar a las personas que culminan un suicidio, pero también son muy poco específicas en cuanto a su capacidad de predecir un evento excepcional, por trágico que sea. En un estudio de 2017 (Large et al.) se concluía: «Debemos reconocer que estamos inermes a la hora de establecer una clasificación útil de individuos o grupos de pacientes con arreglo a un futuro riesgo de suicidio».1
El suscriptor está obligado a valorar el riesgo en un periodo mucho más largo que el especialista clínico. Una vez que se revela un trastorno mental en la fase de solicitud, es inevitable que sigan preguntas sobre conductas y pensamientos autolesivos. A pesar de lo mucho que se confía en ellas, estas preguntas tienen una relación estadísticamente débil con posteriores intentos o muertes por suicidio y tienen muy poca sensibilidad para detectarlos.2
Este hallazgo se ha repetido entre los pacientes psiquiátricos internos y en la mayoría de los diagnósticos de enfermedad mental, excepto la esquizofrenia. En un estudio de las pruebas recientes destinado a identificar a los individuos que realmente llegan a intentar suicidarse para distinguirlos de aquellos que se limitan a contemplar la idea, otro estudio de 2017 (Klonsky et al.) concluyó que «La mayoría de los factores de riesgo de suicidio citados tradicionalmente -incluida la depresión, la desesperación, la mayoría de trastornos psiquiátricos e incluso la impulsividad- sirven para predecir el alumbramiento de ideas de suicidio, pero no permiten distinguir a los individuos que piensan en el suicidio respecto a aquellos que llegan a intentarlo en la práctica».3
Tras identificar a estos individuos como un grupo de alto riesgo aplicando los factores tradicionales, un metaanálisis reveló que el 95 % de los casos en dicho grupo no cometen suicidio. En un seguimiento realizado a pacientes durante cinco años, el 5,5 % de los de alto riesgo murieron por suicidio, en contraste con el 1 % registrado entre los de bajo riesgo. En términos generales, solo algo más de la mitad de los suicidios tuvo lugar dentro del grupo de alto riesgo. Desde el punto de vista del seguro, esto equivale a valoraciones potencialmente estrictas para un grupo de personas que es improbable que den lugar a siniestros.4
Ribeiro et al. (2016) adoptaron un enfoque similar, con la conclusión de que «La probabilidad de muerte por suicidio en Estados Unidos en un año dado es de 12,5/100 000 (es decir, 0.000125); según las estimaciones, se produce un número 25 veces mayor de intentos (es decir, 0.0031). El factor de estimación más sólido en este metaanálisis fueron las conductas autolesivas no suicidas (NSSI, por sus siglas en inglés) [media ponderada OR 4,27], que sirve para predecir futuros intentos de suicidio. Según esta estimación, la presencia de NSSI solo incrementaría la probabilidad de un intento a 0,013, es decir, una cifra que sigue estando cercana a cero».5
La prevalencia vital del suicidio se ha estimado en un 8,6 % en las personas que alguna vez han estado hospitalizadas por trastornos afectivos debido a la percepción de un riesgo de suicidio (tendencias suicidas), un 4,0 % en los que han estado hospitalizados alguna vez sin especificación de tendencias suicidas, un 2,2 % en el total de pacientes psiquiátricos y menos de un 0,5 % en la población sin trastornos afectivos.6 A pesar de ello, la práctica clínica no le ofrece demasiada ayuda al suscriptor en la mayoría de los casos en los que se declaran cuestiones de salud mental. El mayor riesgo radica en aquellos con problemas de salud mental graves y persistentes, si bien es relativamente improbable que estas personas se incluyan dentro de la población asegurada. Teniendo en cuenta esta relación, es llamativo que solo el 11 % de los siniestros por suicidio en una serie de asegurados haya reflejado problemas de salud mental identificados en la fase de suscripción.7
El suscriptor está limitado a examinar las características del individuo, pero no puede tener en cuenta los cambios en la sociedad que puedan ejercer un impacto profundo sobre la tasa de suicidios. Por citar uno de los muchos ejemplos, Corcoran et al. (2015) analizaron el impacto de la recesión económica de 2008 en Irlanda.8 Según el estudio, antes de la recesión la incidencia de suicidios se estaba reduciendo, pero a finales de 2012 la tasa entre los hombres era un 57 % mayor de lo que habría sido si hubiera mantenido su tendencia descendente. Las tasas entre las mujeres se mantuvieron prácticamente sin cambios. Los hombres de entre 25 y 44 años fueron los más afectados por la recesión. Hubo 476 suicidios masculinos más y 85 femeninos más en el período de cinco años.
Los cambios vinculados a la recesión económica invirtieron la tendencia al descenso de la tasa de suicidios en muchos países debido a estrategias de prevención y vigilancia del consumo de alcohol y gracias a la mejora en el reconocimiento y el tratamiento.9 En Japón aumentó la tasa de suicidios tras las crisis económicas, si bien el significado social del suicidio en Japón es diferente del de muchos otros países y está más relacionado con la propia cultura que con las tasas de enfermedad mental por sí mismas.10 Estados Unidos sigue siendo una excepción significativa, donde los efectos imprevistos de la prescripción excesiva de opiáceos y la recesión económica han demostrado ser especialmente tóxicos; por otra parte, el fácil acceso a las armas de fuego implica que el 60 % de las muertes anuales por arma de fuego son suicidios, con una tasa de mortalidad del 85 %.11
En culturas donde las enfermedades mentales suponen un estigma importante puede ser menos probable que salgan a relucir en los formularios de solicitud o en la información médica, con lo que no se da pie a ninguna acción por parte del suscriptor. Además de identificar los -muy pocos- solicitantes de alto riesgo (es decir, aquellos con problemas graves de salud mental, problemas con las drogas y el alcohol o los que hayan sido ingresados recientemente en un hospital tras un intento de suicidio por medios violentos), el trabajo del suscriptor tendrá poco impacto en los siniestros de suicidio. Los factores para diferenciar las tasas de suicidio en los diferentes mercados están probablemente menos relacionados con los factores de riesgo individuales identificables mediante el proceso de suscripción estándar que con la influencia de factores sociales y económicos.
Notas finales
- Large et al., BJPsych Bulletin (2017) 41, 160-163, DOI:10.1192/pb.bp.116.054940.
- Riberio et al., Psychol Med. Enero de 2016; 46(2): 225–236. DOI:10.1017/S0033291715001804.
- Klonsky et al., Current Opinions in Psychiatry 2017, 30:15–20. DOI:10.1097/YCO.0000000000000294
- https://journals.plos.org/plosone/article?id=10.1371/journal.pone.0156322.
- Psychology Medicine, enero de 2016; 46(2): 225–236. DOI:10.1017/S0033291715001804.
- Bostwick & Pankratz (2000) Affective disorders and suicide risk: a reexamination. Am J Psychiatry.157.1925-32. DOI:10.1176/appi.ajp.157.12.1925.
- Goodwin, J. Suicide Analysis: A closer look at a concerning trend. https://www.insurancegateway.co.za/download/10145.
- Corcoran et al. (2015). Impact of the economic recession and subsequent austerity on suicide and self-harm in Ireland: an interrupted time series analysis. International Journal of Epidemiology, 2015, 969–977. DOI: 10.1093/ije/dyv058.
- Fond et al. (2016). Disparities in suicide mortality trends between United States of America and 25 European Countries. Nature. Scientific Reports, 6:20256, DOI:10.1038/srep20256.
- Koo and Cox (2008). An economic interpretation of suicide cycles in Japan. Federal Reserve Bank of Dallas. Research department working paper 0603. https://core.ac.uk/download/pdf/6275417.pdf.
- https://everytownresearch.org/firearm-suicide.